La carrera por conquistar de nuevo la Luna ya tiene un claro ganador: EE UU. Y eso que ni ha empezado. Todo, porque China, consciente de la realidad, ha renunciado a sus planes de enviar tripulación al satélite terrestre tras admitir que Washington lleva por delante un amplio margen de ventaja. La nación asiática, de hecho, ni siquiera lo va a intentar hasta más allá de 2026, año en el que concluye el Plan Quinquenal que acaba de aprobar.
Y es que con la llegada del Año Nuevo chino el 1 de febrero, el Gobierno del primer ministro Li Keqiang ha desvelado los proyectos espaciales que tiene en mente para el quinquenio 2022-2026. Su plan de ruta se recoge en el recién publicado Libro Blanco del Espacio. Se trata de una panorámica general de hacia dónde se encaminan los esfuerzos del país en su intento de posicionarse a la vanguardia del dominio ultraterrestre.
Su finalidad es convertir a China en una potencia espacial, «nuestro sueño eterno», según expresa el presidente Xi Jinping en el preámbulo del documento, un desafío estratégico sin cortapisas dirigido claramente al gobierno de Joe Biden. Con la Luna como objetivo principal, Pekín trabaja en todos los frentes para enviar astronautas al satélite natural de la Tierra lo más pronto que le sea posible. Para ello, prevé un «rápido desarrollo y una profunda transformación».
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No obstante, su Administración Nacional del Espacio (CNSA) asume ahora que sus intentos de practicar una carrera contra reloj por colocar astronautas chinos sobre el regolito de Selene antes que la NASA están abocados al fracaso y ha decidido dejar vía libre a su rival. El administrador de la agencia norteamericana, Bill Nelson, tiene programado el regreso tripulado a la Luna para 2026, siempre que no se acumulen retrasos en la puesta punto de su nuevo lanzador SLS.
Los proyectos lunares aprobados por las autoridades de Pekín hasta esta fecha están dedicados pues a continuar con el desarrollo de nuevas cápsulas tripuladas, motores cohete más potentes, lanzadores más pesados y módulos de descenso. Las pruebas y ensayos de todos ellos hacen pensar que el asalto a la Luna se producirá en los primeros años del decenio de 2030. Quizás algo antes, ya que el 1 de octubre de 2029 se cumple el 80º aniversario de la creación de la República Popular China.
La meta más preciada de la CNSA que dirige desde 2018 el profesor Zhang Kejian es conseguir que los astronautas chinos pongan los pies sobre la Luna, traerlos de regreso sanos y salvos y convertir a China en la segunda potencia mundial en lograrlo. Pero no por eso Pekín descuida el resto de ámbitos que abarcan sus enormes ambiciones espaciales. Entre ellas está completar la construcción de la estación espacial Tiangong, emplazada en órbita a 391 kilómetros de altura.
En el marco de la colaboración internacional, China proclama que será «más abierta y activa». Un ejemplo son las misiones robóticas Chang’e-6 y Chang’e-7 previstas para 2024, que incluirán instrumentos de terceros países y traerán muestras lunares de retorno. También los trabajos preparatorios de la Estación de Investigación Lunar Internacional, una base científica conjunta en la superficie de Selene que Pekín y Moscú han planeado para mediados de los años 30, cuyas actividades preliminares comenzarán en 2027 con la misión Chang’e-8.
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