Año 1969. El hombre llega a la Luna. Una hazaña que fue más fruto de una maniobra política contra el poderío soviético que un logro científico, que lo fue. Tocaba entonces el siguiente golpe de efecto: que los astronautas pudiesen tener un rover explorador que les otorgara autonomía en sus andanzas por la superficie lunar. Se le bautizó como Lunar Roving Vehicle (LRV). El primer vehículo que se les ocurrió fue una moto, por su simplicidad y peso liviano, una característica crucial en una misión espacial, en la que cada kilo vale su peso en oro, literalmente.
Para comenzar a probar la viabilidad de la idea agenciaron en agosto un sencillo Honda CT90 convencional –un ciclomotor de chasis abierto monocuna de chapa estampada con neumáticos esculpidos de off road– y pusieron un astronauta cargado con su equipo sobre él. Para simular la gravedad lunar (una sexta parte de la de la Tierra) suspendieron parcialmente la moto de unos arneses y crearon un terreno arenoso similar al de nuestro satélite. El aparatoso traje dificultaba enormemente el control de la moto, por lo que pensaron en usar un vehículo aún más pequeño y manejable.
La primera moto que probaron fue una Honda CT90 convencional. © NASA |
Para ello fabricaron una especie de minimoto eléctrica, como una Honda Monkey, con pequeñas llantas de 10 pulgadas y un gran manillar que fuese fácil de alcanzar al astronauta. La probaron en situación real de ingravidez simulada gracias a un avión de carga Boeing KC-135 que en un vuelo parabólico de caída de 30 segundos lograba recrear la menor gravedad. No es que los resultados fuesen muy satisfactorios, así que poco a poco comprendieron los problemas de pilotar una moto en la Luna. Entre ellos, la falta de gravedad, que provocaba que hacer girar la moto resultase realmente difícil, obligando al astronauta a inclinarse mucho más de lo normal.
Otro inconveniente vino al equipar la moto con neumáticos llenos de aire. Estos tendían a hincharse mucho más y sin amortiguación. La idea era buena, pero perdía capacidad de carga y la hacían difícil de pilotar. También había que solucionar el asunto de la refrigeración de las baterías y el motor eléctrico, ya que al no haber atmósfera en Selene el calor no se propagaba al exterior. Un último problema fue que en la moto no había espacio para cargar con equipo científico de medición, comunicación y demás, por lo que tuvieron que inventar un remolque... que tampoco se mostró viable.
Se crearon varias minimotos eléctricas. / NASA |
Este vehículo debía remplazar a un pequeño kart, que se demostró muy efectivo en la misión del Apolo 15 de 1971, en caso de que sufriera algún tipo de avería. También se usaría en visitas posteriores al espacio, pero eso nunca llegó a producirse. El resultado ya lo conocemos: finalmente se optó por fabricar un coche lunar con cuatro neumáticos de malla de acero, espacio para dos astronautas y todo el equipo científico, y así se acabó con la romántica idea de dar una vuelta en moto por la Luna. El proyecto, no obstante, no fracasó por los astronautas: Neil Armstrong era motero.
«Pilotar una moto sobre la Luna es la cosa más ‘cool’ que un ser humano podría hacer en la historia de la humanidad», sentenció el astronauta. Armstrong no pudo cumplir el sueño, pero sí se llevó una buena sorpresa cuando regresó a casa tras su incursión lunar. La marca española Montesa, por expreso deseo de su propietario, Pere Permanyer, le mandó una de sus motos a su domicilio.
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