Teniendo en cuenta que en nuestro satélite no hay atmósfera (en realidad, posee un exiguo halo gaseoso a su alrededor, pero es tan tenue que no podemos considerarlo como tal), la respuesta es fácil: allí ni llueve, ni hace viento, ni hay nubes... De hecho, los cráteres que forman su característica superficie no se erosionan. ¿El motivo? Esa ausencia total de viento. Lo mismo que la famosa huella que dejó Armstrong al pisar por primera vez la Luna. Está intacta.
Y, como no hay viento, el sonido tampoco se puede transmitir. De estar en Selene, no seríamos capaces de escucharlo, ya que necesita un medio de transporte físico (como el aire) para que llegue a nuestros oídos. Por cierto, el aire es una combinación de gases, principalmente oxígeno y nitrógeno, que dan forma a la atmósfera terrestre. La Luna no tiene aire porque su atmósfera no dispone de la combinación de gases adecuada. Los gases que la rodean salen de su interior: su fuerza gravitacional es seis veces más débil que en la Tierra. De hecho, una persona que pese 60 kilos aquí abajo, pesará solo 10 kilos allá arriba (la sexta parte).
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