En los días cercanos a que se produzca la fase de luna nueva, la Luna presenta una pequeña hoz que hace que tengamos la impresión de que incluso la parte sombreada está iluminada. Esa zona poco iluminada se llama luz cinérea o cenicienta. Es bastante fácil observarla cuando el cielo comienza a oscurecerse, hacia el atardecer. Cuanto más oscuro y claro el cielo, más fácil será.
Pero, ¿de qué se trata? Es el reflejo de la luz del Sol que después de iluminar la Tierra rebota en nuestro satélite. Con la luna casi llena, si camináramos de noche, no necesitaríamos usar linternas o antorchas. El paisaje estaría suficientemente iluminado. El mismo mecanismo ocurre de manera en la Luna.
En el pasado no ha sido fácil interpretar correctamente este fenómeno. Se pensaba que el astro era semitransparente y que la luz penetraba levemente en el interior, iluminando la parte oscura, o que era fosforescente o incluso se llegó a tener la creencia de que reflejaba la luz de las estrellas.
/ © Marcelo Zurita |
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Fue Galileo quien en su libro 'Diálogo sobre los dos mayores sistemas del mundo' impreso en 1632, da una interpretación correcta sobre la Luna y su luz. «…cuando la Luna se estira sutilmente y, en consecuencia, su parte oscura es grande, la parte iluminada de la Tierra, vista desde la Luna, es grande y el reflejo de la luz es tanto más poderoso…».
Hoy, con nuestros telescopios, cámaras y toda la tecnología desarrollada hace más de 500 años, sabemos que nuestro propio planeta ilumina la superficie lunar 50 veces más que la Luna Llena, produciendo ese tenue resplandor en la superficie.
A simple vista podemos ser testigos del 'resplandor de Da Vinci', pero con prismáticos es más visible y comprensible. Con un telescopio, los cráteres lunares visibles en esa fase están dispuestos en la línea donde termina la parte iluminada por el Sol y comienza la luz cinérea, lo que puede dar pie a hacer fotografías espectaculares.
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